Editorial y Opinión

La magia del carnaval: Un viaje a través de la historia y la cultura de Lagunillas

Por: Francisco Kiko Chávez

Tras el devastador incendio de Lagunillas de Agua en 1939, la tradición carnavalesca no se extinguió. Como un ave fénix, resurgió en Ciudad Ojeda, la nueva morada de sus habitantes. La redoma central, bajo la imponente mirada del tanque del acueducto, se convirtió en el epicentro de la alegría durante el mes de febrero.

Durante el carnaval, Ciudad Ojeda se transfiguraba en un escenario mágico. Las calles se llenaban de música, color y baile. Los habitantes se soltaban las greñas, saltaban las barreras y se entregaban al desenfreno festivo. La ciudad vibraba con un ritmo contagioso que contagiaba a todo el que se acercaba. Los comercios se llenaban de disfraces, máscaras y serpentinas. La alegría se respiraba en el aire y era imposible escapar al espíritu festivo que reinaba en la ciudad.

La coronación de la reina era el evento que marcaba el inicio oficial de las fiestas. Este acto, lleno de música, color y emoción, era un ritual que convocaba a toda la comunidad. La reina, símbolo de la belleza y la alegría del carnaval, era coronada en una ceremonia que daba paso a una semana de jolgorio y algarabía.

Un desfile vibrante y lleno de creatividad recorría la carretera Nacional y el sector La Tropicana. Comparsas con temáticas diversas, desde entierros y grupos indígenas hasta negritas y bailarinas, llenaban las calles de música, baile y color. Según las crónicas una lluvia de monedas (centavos, lochas y medios), en lugar de papelillos y caramelos, añadía un toque distintivo a la celebración.

Y mientras Ciudad Ojeda se deleitaba con el repiqueteo de las monedas y el baile vibrante de las comparsas, en Campo Rojo, la magia del carnaval se distinguía por su entusiasmo y creatividad. En sus calles el color y la música envolvían a cada persona que se aventuraba a vivir la magia del carnaval. Las carrozas, elaboradas con meses de anticipación, eran una obra maestra de la creatividad popular. Estructuras de madera y metal adornadas con papel, tela, pintura y todo lo que la imaginación pudiera concebir convertían el desfile en un espectáculo sin igual.

El carnaval era un momento de unión para los habitantes de Campo Rojo. Era la ocasión perfecta para dejar de lado las diferencias y celebrar juntos la alegría de la vida. Familias enteras se disfrazaban y salían a las calles a bailar, cantar y disfrutar del contagioso espíritu festivo.

En la década de los 70, el carnaval de Lagunillas se vio enriquecido con la llegada de los steelbands. Estos conjuntos musicales, provenientes de Trinidad y Tobago, tocaban tambores metálicos con un ritmo contagioso que ponía a bailar a todos en las calles y tarimas. Su música vibrante y llena de energía se convirtió en un elemento esencial de la celebración.

El sonido de los tambores metálicos resonaba en las calles, atrayendo a personas de todas las edades. Los bailarines se movían al ritmo de la música, creando un espectáculo lleno de color y energía. Los steelbands se convirtieron en un símbolo de la diversidad cultural del carnaval de Lagunillas, uniendo a personas de diferentes orígenes y tradiciones.

Los carnavales de Lagunillas han dejado una huella imborrable en la memoria de sus habitantes. Son una expresión de la alegría, la creatividad y el espíritu festivo de este pueblo. A pesar de los cambios que han experimentado a lo largo del tiempo, estas fiestas siguen siendo una parte importante de la cultura e identidad de Lagunillas. Un legado que debe ser preservado y transmitido a las nuevas generaciones para que el espíritu festivo siga vivo por muchos años más.

Cronista del municipio Lagunillas /

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