Cuando emigrar es un plan de supervivencia
El Diario Tricolor.- Emigrar puede tener contextos infinitos difíciles de analizar en una sola entrega. En un ámbito reducido, puede ser una decisión de vida o una necesidad abalada por la supervivencia. En cualquiera de los casos, resulta una decisión difícil que deja sus huellas en quienes se van y en quienes se quedan.
Cuando es un plan preestablecido, emigrar puede representar un sueño, y ese sueño puede concretarse si las cosas van bien, si las personas logran manejar los vínculos con su país y si el proceso de adaptación a esa nueva realidad se logra.
Cuando hablamos de la migración venezolana, el concepto adquiere interpretaciones y realidades extremadamente particulares que han alarmado y sensibilizado al mundo entero. Los venezolanos, acostumbrados a convivir con inmigrantes de orígenes diversos, nunca se miraron en el espejo de tal situación, una realidad a la inversa, no estaba en sus planes.
Para mí, en lo particular, salir de Venezuela representó una oportunidad cuando diferentes factores confluyeron para concretar un plan que siempre estuvo sobre la mesa. Con ello se mezclan muchos sentimientos, muchas contradicciones, incertidumbre, esperanzas, añoranzas, temores, nostalgia y más; es algo que te acompañará por siempre.
Cuando pasados algunos años ves la “estampida” que se produjo en Venezuela y el arribo alarmante de coterráneos al país donde tu resides y a muchos otros destinos, obviamente, entonces es cuando entiendes la particularidad del caso y pasas a ser parte, quieras o no, de esa diáspora descontrolada, desesperada y atípica que ha sido concebida como desplazados, comparándola con crueles escenarios de guerras y exterminios donde la población huye para salvar su vida.
Como en la mayoría de los países, en Panamá los venezolanos pasamos de ser una comunidad respetada, un mercado atractivo -por la fama de compradores compulsivos de los expatriados, principalmente-, una fuente de profesionales calificados, a una amenaza sin precedentes, nos convertimos en el estorbo, en una invasión de langostas que plagaba todos los espacios, que demandaban servicios, atención médica pública, que se apropiaban de las vacantes de empleo formal y se imponían en el mercado informal. La reacción fue de miedo y rechazo, lo que generó una ola de xenofobia que rápidamente bañó al país.
Ya no importaron los aportes de tantos profesionales que, mucho mejor formados y experimentados, beneficiaron a empresas e instituciones; los inversionistas que le dieron un impulso significativo a la economía en todos los sectores; los trabajadores que realizaban sus labores con esmero, habilidad y entrega, dando siempre el kilómetro extra. La frase “vete pa’ tu país” comenzó a retumbar en nuestros oídos cada vez con más frecuencia, convirtiéndose en amenaza. Pronto, los políticos convirtieron la situación en un discurso nacionalista que abonaba el desprecio y el rechazo, principalmente de la población de bajo estrato.
Es en ese momento, cuando las razones de emigrar no determinan el sueño, es allí cuando inicia la pesadilla de verte como un estorbo en el lugar que tu elegiste para vivir y criar a tus hijos, y más allá de eso, ver como tu país se desmorona, como la familia que dejaste sufre en circunstancias inimaginables, ver como todos se dispersan por el mundo sin una vuelta atrás, sin la esperanza de juntarnos algún día. Ver un país que se tragó las vivencias, a los amigos y las creencias, dejando solo recuerdos que con suerte rememoramos a distancia.
Yo creo firmemente en que se puede construir en un país ajeno, que existen las condiciones y te pueden favorecer las circunstancias, a pesar del impacto de una migración desmedida, como por fortuna ha sido mi caso; sin embargo, el sueño no será jamás un sueño grato si tu país sigue la senda del deterioro, si escasean las oportunidades, si se desvanece la calidad de vida y si sigue siendo una opción vivir fuera, a pesar del rechazo de muchos que te ven como invasor.
Periodista Carlos Canelones /