El tiránico dominio del azar. Por Marcelo Morán
Escuché por primera vez el título de este libro en agosto de 2022 a través de mi cuñado William Marcano.
—Tu amigo Edinson Martínez (1957) acaba de anunciar en una emisora la publicación de un nuevo libro. Lo anoté por aquí… ya va…ya va —dijo, extrayendo de un bolso de colegial un folleto religioso en el que había garabateado a la carrera el nombre del texto—. Debe ser interesante, a lo mejor tiene que ver con los juegos de lotería o de caballos. Cuando lo consigas me lo prestas. Quiero leerlo —añadió.
Al principio me costó trabajo memorizarlo, quizás porque ya estaba acostumbrado al sonido de los anteriores títulos que Edinson había construido bajo el patrón de una sola nota musical: Mural de papel, Vidas paralelas, Historias por descubrir, Las horas perdidas… En cambio, El Tiránico dominio del azar (El Taller Blanco Ediciones, 2022 y Editorial a Todo Calor, 2022) rompía ese canon y se convertía en una suerte de énfasis remarcado con una esdrújula para configurar una cautivante novela corta de desenlace abierto y cuatros relatos del mismo tenor.
A finales de diciembre de 2022 recibí el libro con dedicatoria, como es ya habitual de parte del autor al que me une una gran amistad de más de treinta años, y no fue hasta principios de febrero del presente año cuando empecé a leerlo.
No me solté del libro hasta terminar su último párrafo más allá de las cuatro de la mañana del siguiente día. En esa grata y larga jornada de insomnio, volví a tener noticias de Leandro Sarmiento, el personaje más fugaz y enigmático de Vidas Paralelas (Amazon, 2016). En esta oportunidad, el comisario que manejó el extraño caso de la desaparición se jubila, y no encuentra recursos periciales para seguirlo, pese a la insistencia de su hija, quien ejerce de gerente en la misma corporación bancaria donde Leandro había depositado, diez años atrás, un dinero que, por error de un cajero, se cargó en la cuenta de otra persona creando luego el nudo más ceñido e intrigante de Vidas Paralelas. Ahora, la nueva ejecutiva cree descubrir una posible maniobra para esclarecer el enigma que gira tras la brusca desaparición del publicista. Pero el viejo policía las desestima, por endebles y, así, la figura misteriosa de Leandro Sarmiento vuelve a desvanecerse de la escena ante los ojos impotentes de los lectores.
Los siguientes relatos: San Sebastián de Las Tasajeras, El pianista sin piano, Este año nos mudaremos y Morir en Singapur, conforman este libro de poco volumen, pero de enorme proyección, porque ya El Tiránico dominio del azar, no es un solo libro, sino millares que se han creado impulsados por la mano de un narrador sagaz y tiránico —como el título— que deja adrede, los desenlaces abierto para que sus perspicaces lectores descubran y construyan con sentido lógico los ansiados finales.
Los párrafos de esta obra están cimentados con períodos concisos y bien equilibrados que hacen que el ritmo de la historia sea ameno a lo largo de sus 166 páginas. No tiene baches. Cada frase, cargada de sugerentes imágenes sensoriales parece seguir el patrón de un riguroso arreglo musical que mantiene la afinación hasta la última sílaba del texto.
Conocí a Edinson Martínez a mediados de 1990 cuando emprendía su cruzada solitaria de convertir el viejo tanque de agua abandonado en Las Morochas en una joya de arte urbano. En ese tiempo, tamaña ocurrencia solo podría venir de un soñador de mundos imposibles. Y en 1993 ese reto de cosas imposibles cobró vida y brilló con policromía hacia el cielo de Ciudad Ojeda convirtiéndose en seguida en su símbolo que marcaba el comienzo de una nueva era y dejaba atrás las imágenes gastadas de balancines, cabrias y buchones.
Si este soñador y economista de profesión fue capaz de concebir semejante obra en un arrebato de curiosidad o inspiración parnasiana, qué no podría proporcionar como cultor en cualquiera de las expresiones de las Bellas Artes. Fue la reflexión que me hice en aquel tiempo cuando leí sus primeros artículos rebosantes de entusiasmo y se aprestaba emprender esa quijotesca empresa sin precedentes conocida más tarde como El Mural más Grande.
Y más adelante lo comprobé, cuando empezó a incursionar de manera ferviente en la escritura, que era el camino y la disciplina por donde iba a explotar esa creatividad acumulada desde sus fértiles sueños de juventud.
En esa incipiente incursión tuve la dicha de acompañarlo cuando me tocó diagramar e ilustrar su primer libro: Mural de Papel (Editorial A Todo Calor, 1995). Una compilación de artículos publicados en su mayoría en el diario El Regional del Zulia que recogía el comportamiento político y socio cultural de Ciudad Ojeda a principios de los noventa, entre los que aún puedo recordar con nitidez, Las guayabas de Josefina.
Y sobre ese modo de interpretar conductas, existe un método de investigación conocido en el mundo de la Antropología como Etnoliteratura, que mide el comportamiento de un pueblo a través de su producción literaria. Si se aplicara hoy ese instrumento de valoración en el municipio Lagunillas, hallaría en los libros que Edinson Martínez ha escrito en los últimos diez años rasgos de esa personalidad socio cultural que identifica Ciudad Ojeda y contribuirá a reforzar en el futuro los fundamentos de su memoria. Hay que recordar por ejemplo, en este sentido, cómo Cien años de Soledad, de García Márquez, siendo una obra modelo de ficción, proyecta la realidad latinoamericana mejor que las historias que guardamos como infalibles en los últimos siglos. Pues esta novela de reconocimiento universal no hizo más que exhibir en su trama luminosa una irrealidad que era la misma realidad, valor, también presente con la claridad de un sol en las obras de Edinson Martínez.
Marcelo Morán
Artista plástico